Última actualización mayo 1, 2025
La última vez que hablamos fue una noche de diciembre. Estaba comiendo en la calle y de pronto sono una llamada de Messenger.
Era Hugo, el profe Hugo. Contesté porque sabía que él solo llamaría por algo importante. En efecto, se estaba muriendo y habló para despedirse.
No recuerdo bien de que hablamos, ni que le dije, pero se escuchaba asustado como un niño y se le notaba la pesadez de tener que seguir. Conversamos largo rato, quizá el estaba seguro de que sería la última vez.
Pasaron las semanas y lo que temía sucedió. Dejó de estar entre nosotros.
Hugo, era una persona extraña en el sentido completo de la palabra. Hablaba siempre de sus recuerdos de infancia, pero nunca contaba sobre su vida adulta.
No sé si se enamoró, ignoro si alguna vez estuvo en pareja y nunca hablamos de esas cosas que le rompen a uno el corazón. A veces creo que el amaba dar clases por encima de todo incluyendo su salud.
Como profesor era distinto a todos. Sabía utilizar el humor para obligarte a ser mejor de la única forma posible; burlándose de tus aparentes limitaciones, pero nunca para herir, sino para que te dieras cuenta de lo menso que te puedes ver aferrandote a tus propios temores.
Siempre buscaba sacarte de la zona de confort, como aquella vez que nos mandó literalmente al otro lado de la ciudad a tocar la puerta de una escuela donde nadie nos conocía para pedir permiso y realizar un estudio de usuarios.
En mi caso, siempre me trató como un igual. Claro que se burlaba como con todos pero en privado el pensaba que podría a ser no solo un becerrito de oro, sino una vaca sagrada de la profesión. Era de los pocos que en verdad creyó en mí cuando era menester hacerlo.
Fuimos un determinado tipo de amigos después de que me gradue. Fiel a su costumbre en redes sociales me hacía comentarios irónicos y a veces casi hirientes de no ser porque sabía que detrás de sus palabras había cariño y amistad.
Ahora que ya no está me doy cuenta que es como una suerte de gato de Cheshire, el desapareció pero su risa sigue dibujada en el aire.
Lo veo en mis recuerdos de Facebook, en la lista interminable de playlist de Spotify que dejó, pero también cuando me paro frente a un grupo y pienso lo que el haría si estuviera sentado tomando clase; adoptar un tono serio y burlarse con ironía de algún defecto en mis diapositivas.
Se hizo tarde y solo me quedan los recuerdos y en mi lista de amigos “Un usuario de Facebook”
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