Cuando comenzaba a ser adolescente y rugían las sirenas del amor encendiendo su dulce alarma, el internet era apenas un mito urbano. Tanto que cuando les conté a mis hermanos que mi escuela ya tenía una computadora conectada a la web se burlaron sin piedad de mi.
En ese año Shakira cantaba sobre pies descalzos y sueños blancos y yo hacía mis pininos en el corazón. Era un niño casi para sentir algo más que el deseo de abrazar a la chica que me gustaba y que además (escándalo) era 3 años mayor.
Cierro los ojos y siento el peso de los calendarios, las hojas del tiempo se han desdoblado y ahora es mi hijo quien comienza a percibir que algo más se esconde en la mirada de la persona por la que sientes inexplicable fascinación.
No sé como hacerle ver que el tiempo pasa tan fugaz, y no todos viven para hacerse viejos. Que a veces toca arriesgarse aunque la moneda pueda caer del lado contrario.
He tenido la suerte de llegar hasta este punto a sabiendas que pudo no suceder o que pronto podría acabar. La estadística familiar de muertes prematuras juega poco a mi favor.
Cumplo 41 años y ese idílico primer amor ya está lejos en tiempo y en distancia. Shakira hace rato que dejo de tener buenas canciones y la internet invadió todo lo que pudo en nuestras vidas.
A esta edad, vuelvo a comenzar con la esperanza de que el amor de una década florezca como las jacarandas.
Escucho suavemente que se acaba el día
me duele más cada peldaño de mi vida.
Hoy es mi cumpleaños, felicítame.