En mi ya no tan corta vida he tenido la oportunidad de vivir en diferentes lugares.
A veces por voluntad propia, otras por necesidad, y las menos, porque alguien me invitó amablemente a retirarme a chingar a mi madre.
Recientemente caí en una casa espaciosa cerca de la Zaragoza dónde con agrado me recibieron la renta corriente y el depósito. Ocupo solamente un espacio privado dentro de la casa, pero me es más que suficiente para sentirme cobijado.
Entre los requisitos, además del dinero, estaba la obligación de llevar la fiesta en paz, sin ruido, sin visitas indeseadas, sin importunar al prójimo como suele hacer la gente en esta cada vez más caótica ciudad.
No tuve problema en aceptar porque ya tengo suficiente con el ruido que llevo por dentro como para andar esparciendo mi desmadre por el mundo.
Con el paso de los días he ido desempacando mi hogar portatil, no sin cierta nostalgia de lo que se queda atrás.
Mi casera es una maestra jubilada que gasta sus días ( y mi renta) en almorzar con sus amigas, salir de viaje y disfrutar el demasiado tiempo libre que le dejó su marido el día que murió.
Debo decir que es una persona muy amable, casi como una madre, la cual ha decidido adoptar extraños en su casa a cambió de unas monedas.
También como buena madre, sutilmente puede llegar a ser asfixiante con sus comentarios y dejarte reflexionando que chingados has hecho de tu vida.
El más preciso y el que me convenció de quedarme fue uno casi profético y poético; “Ojalá que aquí pueda encontrar lo que está buscando”.
No supe que contestar, pero es la fecha en que sigo pensando si estoy buscando algo. Se supone que en la vida nos trazamos una ruta y luego volteamos a verificar si la realidad se parece a lo que deseamos.
Si volteo conozco la respuesta.
Lo que andaba buscando lo encontre hace diez años.
Ojalá que dure al menos unos veinte.